¿A quién arrastrará la caída del voto electrónico en Salta?

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El gobierno provincial ya ha dado señales consistentes de que se encamina a la supresión -esperemos que definitiva- del voto electrónico.

Al parecer, las restricciones económicas han podido más que una larga década de cuestionamientos fundados a la fiabilidad y a la transparencia de una herramienta, que no solo fue introducida por la ventana, con nocturnidad y alevosía por el entonces gobernador Juan Manuel Urtubey, sino que nunca logró despejar las dudas acerca de su eficacia.

Si el gobierno decide jubilar el voto electrónico porque ya no se lo puede pagar (ya no se lo podía pagar antes), lo razonable sería que los ciudadanos exijan (porque el gobierno no lo va a hacer) responsabilidad políticas y patrimoniales a los responsables de su forzada introducción y de su antidemocrático sostenimiento.

Los ciudadanos saben, con nombre y apellidos, quiénes son los responsables de esta catástrofe institucional. Saben que el Tribunal Electoral de Salta, antes y después de 2018, abandonó la neutralidad que le impone la ley y se constituyó en una instancia militante a favor del voto electrónico como opción política.

Algunos funcionarios (unos que no están y otros que continúan) actuaron entonces como gerentes de marketing de una empresa privada y lo hicieron a cara descubierta, sin que se haya sabido nunca qué tipo de favores han recibido por ello.

El voto electrónico debe abandonar la escena institucional de Salta, pero no a escondidas, o como si nada hubiera pasado durante todo el tiempo en que estuvo vigente. El argumento económico es atendible, pero no deja de ser coyuntural. Si no hay una declaración firme sobre los peligros que para la democracia y el secreto del sufragio que entraña el uso de esta frágil herramienta, corremos el riesgo de que, cuando se recuperen las finanzas, los fulleros de siempre quieran volver a implantarlo y los corruptos vuelvan a hacer negocios con él.

Parafraseando a la inhumana canciller Mondino, se podría decir que mejor que jubilar el voto electrónico es matarlo. Al menos esas máquinas grasientas no son de carne y hueso.