Pese a su capacidad de fuego, la vicepresidenta también tiene límites para su poder

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La falta de mayorías absolutas en el Congreso le impide avanzar con varias de sus iniciativas más provocativas

 de julio de 2020  • 00:00

Las tensiones que sacuden el seno del oficialismo, a partir de las ráfagas del «fuego amigo» que desplegó el kirchnerismo sobre algunas de las últimas decisiones de Alberto Fernández, consumieron buena parte del debate político de los últimos días.

Esta seguidilla de críticas y reproches,que tuvieron aCristina Kirchner como inspiradora,exacerbó la sensación de que quien lleva las riendas del poder es la vicepresidenta, que le marca la cancha a su delegado, el Presidente.Cristina, sola con Bonafini y De Vido

Sin embargo, cuando se examinan con atención las acciones, pero sobre todo las omisiones, en que incurrieron Fernández y su núcleo de gobierno en el último tiempo, se observa que la vicepresidenta también enfrenta límites objetivos para ejercer a sus anchas su poder de fuego.

Esos límites se los imponen, en buena parte, el Congreso y la carencia de una mayoría dominante en ambas cámaras: el 48% que el Frente de Todos obtuvo en las urnas, si bien catapultó a Fernández a la presidencia, la dejó a Cristina sin mayoría en la Cámara baja y también sin los dos tercios en el Senado.

La vicepresidenta ya empezó a padecer tales restricciones: muchas de las decisiones que pretende imponer hoy están frenadas. Difícil la posibilidad de birlar votos ajenos; en la otra vereda, el mosaico opositor se muestra menos fragmentado que en otros períodos legislativos, y Juntos por el Cambio, obsesionado con su mandato de proteger el 41% del electorado antikirchnerista que lo votó, se mantiene compacto como primera fuerza opositora. Lejos, muy lejos en el tiempo están aquellas épocas doradas de auge kirchnerista en las que Cristina, embanderada con el 54% de los votos, hacía del Congreso su escribanía personal.

Cristina ya no solo no tiene la lapicera; como mandamás del Senado tampoco puede imponer a sus anchas su voluntad. Es cierto, el bloque del Frente de Todos tiene un amplio dominio del recinto y, con la soberbia de las mayorías, parece disfrutar el ninguneo a Juntos por el Cambio.

La estrategia tiene pies de barro: en definitiva, no hizo otra cosa que galvanizar a la oposición e impedirle, hasta ahora, alcanzar los dos tercios. Esta mayoría es clave para ejercer poder: Cristina no la tiene. Ergo, no puede entronizar al juez Daniel Rafecas al frente del Ministerio Público Fiscal.

Esta limitante también le impediría avanzar sobre la Corte Suprema y nombrar a su gusto nuevos integrantes del máximo tribunal, una iniciativa esbozada por Fernández, pero inspirada en Cristina Kirchner en su obsesión de salir indemne de las causas judiciales que la atormentan.

A estas dificultades se suma que Cristina tampoco tiene mayoría en la Cámara de Diputados y, para peor, Sergio Massa, su presidente, no le inspira demasiada confianza. Massa se ampara en este déficit de votos para frenar las arremetidas del kirchnerismo: así, logró que la oficina de escuchas judiciales permaneciera en el ámbito de la Corte Suprema, cuando Cristina pretendía arrebatársela.

También se pudo diluir, en tándem con el gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, el proyecto de la expropiación y estatización de la empresa Vicentin de la ultrakirchnerista Anabel Fernández Sagasti, iniciativa que tuvo su golpe de gracia con el «banderazo» que desplegaron miles de manifestantes contrarios a la injerencia del Estado en la actividad privada.

Si de frenos se trata, tampoco avanza en Diputados la iniciativa de otro ultrakirchnerista, Oscar Parrilli, que hace tres semanas logró aprobar en el Senado la creación de una comisión bicameral investigadora de la relación crediticia entre Vicentin y el Banco Nación. Otro proyecto, aún más controvertido, tampoco vio la luz por ahora: el del impuesto extraordinario a las grandes fortunas, anunciado en abril pasado.

Impulsado por Máximo Kirchner, Massa sugirió que espere su turno hasta que el Gobierno cierre sus negociaciones de la deuda con los bonistas externos y defina el horizonte económico. El proyecto igualmente se presentará, pero al menos se logró un respiro de tres meses.

Si bien el poder de Cristina afronta límites objetivos, esto no inhibe su capacidad de daño. El Gobierno lo padece, no solo por sus veladas críticas a la gestión sino porque, en el Senado, mantiene demoradas iniciativas claves, como la ley de economía del conocimiento.

El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, lo lamenta: está convencido de que el sector de la tecnología y la informática, el único que genera empleo aun en estos tiempos de pandemia, será clave para conducir la economía a la puerta de salida de la crisis. Pero el fastidio de Cristina por los coqueteos del Gobierno con «las grandes corporaciones de la Argentina» no augura una pronta sanción de la ley.

Las próximas elecciones legislativas serán claves para Cristina Kirchner para desprenderse del corset que hoy la restringe. Con un puñado de votos más podría alcanzar los dos tercios en el Senado y alcanzar la mayoría en la Cámara baja.

Su plataforma será, otra vez, su bastión electoral, Buenos Aires: en los últimos seis meses, el gobernador Axel Kicillof y las huestes de La Cámpora recibieron más de la mitad de las transferencias discrecionales que reparte el Gobierno entre las provincias, casi $100.000 millones. La campaña ya está en marcha.

Por: Laura Serra

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