El fiscal federal que acusó a Cristina Kirchner y a los mayores empresarios de la Argentina en una de las grandes causas de corrupción de la historia, una figura divisiva como pocas en la Justicia, recuerda los días del expediente que irá a juicio este 6 de noviembre
Si existe un hombre parado justo en el medio de la grieta, ese es el fiscal federal Carlos Stornelli, héroe para algunos, todo lo contrario para otros, depende de qué lado de la grieta se esté, o de qué lado de la grieta se juegue.
Stornelli recibe a Infobae en su despacho de los tribunales de Comodoro Py el lunes 27 por la mañana para una conversación sobre sus recuerdos, siete años después. Saluda en el pasillo central del quinto piso del edificio, rodeado de sus custodios, e invita a pasar.
-Este 6 de noviembre comienza el juicio al caso de los cuadernos.
-Es una gran satisfacción desde lo personal. Hubiera preferido que llegue antes a juicio. Felizmente, tenemos a una de las mejores fiscales de Argentina, que es la doctora Fabiana León, que va a ser la que lleve la voz cantante en el debate. Ha ganado todos y cada uno de los planteos que han hecho las numerosísimas partes que hay y numerosos planteos. Llegó hasta la Corte y a la Casación en nulidades, recusaciones, denuncias y demás. Yo mismo he tenido que soportar denuncias, procesos, persecuciones a mi familia, escraches y campamentos en mi casa y un sinfín de cosas que algún día voy a contar.
Stornelli se ríe al decir esa última frase. Tal vez, piensa en las últimas noticias. La semana pasada, la Corte Suprema confirmó el sobreseimiento del fiscal en el caso protagonizado por el falso abogado Marcelo D’Alessio, donde un empresario aseguró haber sido extorsionado por 300 mil dólares, una de tantas cosas. D’Alessio fue condenado a 13 años de cárcel; Stornelli nunca fue enviado a juicio. El caso D’Alessio, hoy, parece un punto perdido en el caos del pasado.

La división simbólica de la grieta, que consumió al periodismo, al poder político y al Poder Judicial durante más de una década tuvo, tal vez, su punto más intenso en la causa de más de 15 mil fojas que Stornelli llevó adelante junto a Claudio Bonadio, fallecido meses después de que elevara a juicio parte de ella. La historia de los cuadernos de las coimas escritos por el chofer Oscar Centeno, el remisero de Roberto Baratta, subsecretario del superministro Julio De Vido, se convirtió en un vórtice que en agosto del 2018 empujó más todavía al barro a Cristina Fernández de Kirchner, a Julio De Vido, a Baratta, al propio Centeno y a muchos de los mayores empresarios de la Argentina.
Ángelo Calcaterra, Aldo Benito Roggio, Enrique Menotti Pescarmona, Armando Loson, entre tantos otros reconocieron como arrepentidos e imputados colaboradores haber pagado fortunas en dólares para engrasar a su favor la máquina de la obra pública.
Eran capitanes de industria, el establishment mismo; Roggio declaró cómo regateaba los pedidos de dinero que le hacía, según su relato, Roberto Baratta mismo. Hasta Paolo Rocca terminó procesado, luego sobreseído, con las oficinas de Techint allanadas. Hacían fila para arrepentirse y confesar en la Fiscalía Federal N°4 a cargo de Stornelli, como si fuese una iglesia. Sus defensas sabían que quien cantara primero se llevaría el mejor beneficio, en caso de ir a juicio.
Y todo ese dinero, supuestamente, se fue, voló offshore.Entregado a Daniel Muñoz, secretario personal de Néstor Kirchner, se convirtió, de acuerdo a la acusación de Stornelli, en 14 departamentos en Miami y New York valuados en 70 millones de dólares, controlados por sociedades creadas en puntos como las Islas Vírgenes Británicas, luego vendidos para más ganancia.

Dentro de unos días, toda esa historia volverá en forma de Zoom, en un proceso a cargo del Tribunal Oral Federal N°7, con la acusación de la fiscal Fabiana León y la querella de la UIF, a cargo de su colega Paul Starc. Estará CFK -cuya defensa acusó tantas veces a Stornelli de forum shopping, de recibir el contenido de los cuadernos de manos del periodista Diego Cabot, sin enviarlos a sorteo a la Cámara federal-, De Vido, Baratta, Centeno, los empresarios, todos.
Habrá 626 testigos. El proceso, creen fuentes dentro de la causa, podría durar tres años o más.
-Los cuadernos eran percibidos por muchos como una gran novela amateur. Sin embargo, los testimonios de los arrepentidos le dieron sustento al caso.
-En realidad, los arrepentidos le dieron algo de sustento más, pero ya estaba conformado un cuadro probatorio importante. Cuando Diego Cabot decide denunciarlo a la Justicia, Centeno ya estaba siendo investigado en la causa Gas Licuado. Hubo una tarea que duró meses, que se hizo en un secreto de sumario estricto, donde íbamos chequeando; los cuadernos de Centeno tenían miles de datos insignificantes, que nos fueron dando la pauta de que estamos frente a un relato cierto. Era imposible que estuviese fabricado. Después hubo muchos que decidieron acogerse a la figura del imputado colaborador, obviamente para recibir algún beneficio, que es lo que establece, que es lo que establece la ley, ¿no? Bastante resistida en la Argentina. No teníamos una gran cultura de la figura del arrepentido como, como en otros países, el imputado colaborador, o como dicen los brasileños, la delación premiada. Y, bueno, tuvimos más de treinta. El primero fue el propio Centeno, que admitió cómo, cuándo y por qué había escrito esos cuadernos a lo largo de los años.
-¿Cómo lo recuerda a Centeno en aquel momento?
-Lo noté siempre bien, muy convencido. Inmediatamente dijo: “Esto es mío, lo hice yo”. Tuvo su entrevista con su defensor y dijo que quería acogerse a la figura del imputado colaborador. Yo lo vi siempre tranquilo, lo vi siempre, siempre muy seguro.

-Cristina Kirchner tenía muchísimo apoyo popular al momento de la explosión del caso.
-Cuando encaro una investigación, no tengo objetivos humanos. El objetivo es el descubrimiento de la verdad. En el descubrimiento de la verdad van apareciendo situaciones o la necesidad de avanzar con imputaciones, y eso, y eso fue lo que sucedió. A mí no me gusta hablar de nombres propios y menos de figuras políticas que son populares y que tienen apoyo popular, pero bueno, las pruebas nos fueron llevando a lo que, en definitiva terminó, ¿no? Era una causa que tenía hasta, le podría decir, una dinámica propia.
-¿Por qué una dinámica propia?
-Porque frente a tanta evidencia, es imposible no hacer otra cosa, digamos. Yo siempre lo digo, pocas veces en mi vida vi una causa con tanta prueba.
-¿Cómo eran las charlas con Bonadio? ¿De qué hablaban?
-Hablábamos poco. Yo no tenía una gran relación con Bonadio. Era cordial, pero hasta ahí. Soy un convencido que la fiscalía debía tener su impronta propia, De todos modos, fue buena, tensa en algunos momentos por algunas diferencias, por algunas diferencias de criterios, pero fue una buena relación. Yo rescato que él hizo una enorme tarea investigativa con el juzgado. Él sabía que se estaba muriendo. Ya no recibía gente. Fui a saludarlo para fin de año. La secretaria me dijo que no. Le digo: “Mirá, decile que es un minuto nada más, eh, quería saludarlo”. Yo me iba de vacaciones y accedió a recibirme, nos dimos un abrazo y fue la última vez que lo vi. Murió el 4 de febrero de 2020. Ya había elevado parte de la causa a juicio.

“No descubrimos todo”
-El caso no solo se trató de la corrupción política, sino de la corrupción del capital, o la promiscuidad entre ambas.
-A la corrupción política estamos acostumbrados porque es nuestra competencia. Creo que la novedad en esta causa fue tener sentados frente a nosotros, como colaboradores de justicia, al establishment empresario argentino. Fue fuerte, novedoso, porque siempre quedan truncas las causas; solamente pagan los funcionarios.
-¿Qué cree que significó la causa Cuadernos para la historia del poder de la Argentina reciente? ¿Cuál fue su impacto?
-El impacto, yo entiendo, fue fuertísimo, teniendo en cuenta los contragolpes, las represalias, las operaciones y lo que se había puesto en, de alguna manera, en blanco y negro a ojos de, de la sociedad. Es difícil hablar de mí, de mí o de mi equipo de trabajo. Creo que es un antes y un después. Generalmente, estaba habituado a que en una causa de corrupción se pueda llegar, entre comillas, a determinados niveles y sea difícil avanzar más allá. Que aparezcan testigos como Bacigalupo, que aparezcan arrepentidos como, como Centeno, son joyas extrañas, ¿no? Piedras preciosas que aparecen muy poco en la historia. Impacta por el volumen, por el volumen de lo desviado, por el volumen de imputados, por el volumen de lo que es la causa en sí, porque es enorme. Creo que no es todo, lo que descubrimos. No alcanza a ser todo.
– ¿Por qué? ¿Qué quedó en el camino?
-Centeno hablaba de los recorridos, por ejemplo, de los, de los martes y esto era de áreas específicas. Uno podría entender que otras áreas también podrían estar, podrían estar involucradas. Sería muy vanidoso yo si dijera que descubrimos toda la verdad. Creo que esto es una parte de la verdad, una parte quizás muy, muy, muy importante. Para mí es un antes y un después, no solo en mi vida, no solo en mi vida profesional, sino también en lo que hace al quehacer judicial.




