Si el Superior Tribunal de Justicia de Salta fuese una serie de televisión, ya habría sido cancelada por repetitiva.
Si el Superior Tribunal de Justicia de Salta fuese una serie de televisión, ya habría sido cancelada por repetitiva. Una vez más, este órgano judicial, parece más un apéndice del régimen de Gustavo Sáenz que un poder independiente. Acaba de sumar un nuevo capítulo a su antología de despropósitos. Esta semana, la Procuración General de la Nación recomendó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación anular un fallo salteño que no solo censuraba al periodista Luis Caro por publicaciones “injuriantes”. Sino que le prohibía mencionar al gobernador y a su coordinador, Nicolás Demitrópulos. ¿La excusa? Proteger la “honra” de los funcionarios. ¿El resultado? Un manual de cómo no hacer justicia, con apuntes de censura y un toque de humor involuntario.
Parece que el karma del Tribunal salteño tiene sede en Buenos Aires. Cada vez que una de sus “decisiones” políticas llega a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, recibe el mismo tratamiento que un meme caduco. Lo desechan sin contemplaciones. Y no es casualidad. En los últimos años, los fallos de este tribunal y de varios jueces de primera instancia, como la fiscal de ciberdelito Sofía Cornejo Solá han sido revocados con una frecuencia que roza lo profesional. El caso de Emiliano Estrada, acusado de “intimidación pública”, es otro ejemplo. El fiscal federal de Salta tildó la causa de “mamarracho jurídico”. En un gesto digno de maestro de escuela, le sugirió a la fiscalía provincial leer la historia de Orson Welles y su “Guerra de los Mundos”. Aparentemente, en Salta confunden la radiofonía de 1938 con un delito moderno.
Lo grave no es que estos fallos sean reversados, sino el descaro con que se exhibe el manual de obediencia al poder. Cuando el Tribunal salteño no está ocupado censurando periodistas, está avalando causas frágiles como castillos de arena. Eso sí, con una ventaja. Si en Salta la justicia fuera un restaurante, sus platos principales serían “El Recurso Inútil” y “La Censura al Gratín”. Servidos con una copa de “Vino del Silencio”. Todo eso con papa, como nos gusta a los norteños. Mientras tanto, la Corte Suprema nacional hace de crítico gastronómico y devuelve todo a la cocina con un gesto de desagrado.
La Corte salteña, el hazmerreir
Ahora, Pablo López Viñals, uno de los jueces más cuestionados, cuyos fallos parecen escritos con lápiz labial del color oficialista, pretende burlar la Constitución provincial para ser reelecto. Según las normas, debería dejar su cargo. Pero con el apoyo del gobierno y colegas que parecen extras de House of Cards versión norteña, López Viñals busca perpetuarse. Su lógica es simple. Si el poder judicial es un trampolín político, ¿por qué no saltar en él hasta que se rompa? Eso sí, con elegancia y sin sonrojo.
El problema de fondo es que, en Salta, la justicia parece haberse especializado en teatro del absurdo. Sus sentencias tienen tanto rigor legal como un horóscopo de revista, y su independencia brilla por su ausencia. Mientras el gobierno provincial aplaude cada acto de esta farsa, los ciudadanos pagan la entrada: con derechos recortados, prensa amordazada y una fe judicial que se evapora más rápido que el agua en el Chaco salteño.
Quizás sea hora de que el Superior Tribunal de Salta agregue un nuevo ítem a su presupuesto, yo recomiendo un curso intensivo de separación de poderes. O, en su defecto, un diccionario jurídico. Porque hasta ahora, su interpretación de la ley parece basada en un telegrama entre la Casa de Gobierno y los juzgados. Mientras tanto, la Corte Suprema seguirá haciendo de niñera federal, corrigiendo tareas con un sello que podría decir: “No será justicia”.
El Intra




