La violencia racista mostró el débil liderazgo de Trump

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El asesinato de George Floyd ha desencadenado una explosión social que muestra, con contundencia inapelable, la profunda crisis del racismo en los Estados Unidos, la violencia policial que impera en ese país y también la contraproducente conducta de Donald Trump, un presidente que tiende a exaltar conductas y actitudes que se dan de frente, brutalmente, contra el espíritu de la Constitución norteamericana y contra la esencia misma de la democra cia.

El expresidente Barack Obama es un símbolo de los logros de una lucha humanizante contra la discriminación que tiene como figura emblemática a Martin Luther King, asesinado hace 52 años. Con mesura, Obama apoyó las manifestaciones populares reflexionando que «400 años de racismo no se borran de un día para otro». Fue la contracara del exaltado Trump, que amenazó con enviar tropas militares a las 75 ciudades donde se produjeron movilizaciones y, además, trató de «estúpidos» a los gobernadores que no aceptaron tan disparatada propues ta.

Es cierto que la población afroamericana es el resultado de una aberración histórica que aún avergenza a Occidente, como lo fue la esclavitud y la trata de seres humanos. También es cierto que él en todo el continente existe la violencia racial, aunque en América Latina castiga a los descendientes de negros, indígenas y mestizos.

Pero la relevancia de los Estados Unidos como potencia económica y militar y como referencia del sistema democrático republicano aumenta la trascendencia internacional del asesinato de Floyd y las torpezas de su particularmente rústico presidente.

En los últimos sesenta años, la población afrodescendiente de los Estados Unidos profundizó sus luchas por alcanzar la igualdad en el acceso a todos los derechos. Lo hizo a través de movimientos pacifistas, como el de Martin Luther King, o de organizaciones violentas, inspiradas en ideologías radicalizadas y que capitalizaron el resentimiento de la negritud contra una sociedad que les bloquea sus posibilidades de desarrollo personal. Pero la principal violencia es el racismo.

El 20% de los negros estadounidenses vive en la pobreza; el ingreso medio de esas comunidades es de 40.000 dólares al año, contra 71.000 de los blancos. Es el sector más castigado por el desempleo y con la pandemia su postergación se hizo más evidente: el 13% de la población estadounidense está compuesta por afrodescendientes, pero a ella pertenecen el 23% de los muertos por COVID 19.

Desde 2013 hubo 12 muertes de negros a manos de uniformados. Muchos casos ocurrieron luego de infracciones de tránsito sin ninguna connotación delictiva por parte de las víctimas. En tres oportunidades, las víctimas (dos mujeres y un varón) fueron asesinados por policías durante allanamientos erróneos.

En 2015, en Texas, Sandra Bland se suicidó en una comisaría dos días después de ser detenida por negarse a apagar un cigarrillo.

El 23 de febrero de este año, Ahmaud Arbery, un estudiante de 25 años de edad, hacía running en Brunswick (Georgia) y fue asesinado por un expolicía acompañado de su hijo y otra persona, que creyeron que se trataba de un ladrón.

Estos episodios son el síntoma de una cultura discriminatoria que atropella los derechos humanos. En la última década, más de mil personas murieron anualmente en Estados Unidos a manos de la policía, con un significativo porcentaje de afrodescendientes en esa estadística.

Por eso las reacciones fueron masivas y algunas derivaron en saqueos y daños a la propiedad.

Solo los sectores más reaccionarios del Partido Republicano intentaron calificar a las protestas como una reacción «subversiva» y respaldaron el clamor de Trump por la intervención militar en la represión. Sin embargo, ni el Pentágono ni el Ministerio de Defensa avalaron la pretensión del mandatario de presentarse como «el presidente de la ley y el orden». En este trágico capítulo, el presidente Trump ha mostrado severa falta de autoridad, no repudió en ningún momento la conducta homicida del policía Dereck Chauvin, quien estranguló a Floyd, y frivolizó el crimen en muchas de sus expresiones.

Su conducta se enmarca, por cierto, en la crisis de liderazgos democráticos que sufre en estos días la política mundial.

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